lunes, 30 de noviembre de 2009

Mi viejo, por su amigo Carlos


Hace un tiempo le pedí al Carlos que me contara como se habían conocido con mi viejo. Me pareció que era bueno compartir con ustedes su recuerdo, sobre todo porque en él reconocerán al papi. Un beso.


Hola Ana.

Bueno te cuento lo que me permite mi memoria que no es la de hace 20 años...
Conocí a Tito en Argentina. Precisamente en una de las épocas más "movidas". Fue en Córdoba, durante una gran reunión, que no puedo precisar si fue un encuentro de la CGTA, pero estoy casi seguro que era algo así, posterior al Cordobazo y creo que convocado por Luz y Fuerza de esa ciudad. Recuerdo que estábamos un grupo creo que más o menos numeroso en algo así como un aula. Supongo que se estarían haciendo propuestas de acciones de sabotaje, porque Tito habló de un gasoducto que -no puedo precisarlo- parece que pasaba por La Rioja. En aquel momento me acuerdo que simpaticé mucho con sus intervenciones. Posiblemente porque coincidía con su estilo franco y abierto.Después, recuerdo que en las discusiones tirábamos para el mismo lado. Lo que sí guardo en la memoria, es su imagen, sentado sobre el borde de una mesa o pupitre en el momento en el que hablaba.
Creo que después no nos vimos más en Argentina. Nos reencontramos en Madrid, cuando yo llegué en septiembre del 76, y de inmediato me vinculé con los grupos del exilio. Aquí tengo que apuntar que sobre el recuerdo que yo tenía de él de Argentina, al vernos nuevamente le pregunté concretamente si "ese" que propuso no se qué con un gasoducto en aquel Congreso, era él. Y me lo confirmó. Él también me recordaba.
Los espacios en los que coincidíamos los exiliados, eran una tremenda bolsa de gatos donde se cruzaban todo tipo de discusiones. Predominaba la gente que venía de Montos, PRT y también de algunos grupos de la vertiente trotsquista (Poder Obrero, por ejemplo). Finalmente, se produjeron los fraccionamientos (Casa Argentina, Centro Argentino - la CADHU - Correo Argentino y otros. ) Yo, que provenía del PB, integré el grupo CADHU - Correo Argentino, con Tito, los Duhalde y Juan Canal, entre otros. Allí tuvimos una actividad muy intensa en esos primeros años de exilio.
Formamos parte del TYSAE, Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio, formado por Raimundo Ongaro desde París. Fuimos a cuatro encuentros del TYSAE en distintos lugares de Europa: París, Milán, Amsterdam y Malmo. Con Tito recuerdo particularmente el viaje a Amsterdam. Alquilamos una furgoneta (el encuentro sería seguramente sábado y domingo) y salimos el viernes. Íbamos nueve a bordo. Aquel fue un viaje épico, porque después de ponernos en marcha nos percatamos que entre el resto de los ocupantes de la furgoneta predominaban los que no sabían conducir y el resto no tenía carnet (y quizás alguno que sí sabía y tenía carnet, se hizo el piola. Nunca se sabrá.) De modo que cuando Tito conducía yo hacía de copiloto, y viceversa. Pero con el transcurrir de las horas el desgaste pudo más y no sé si fue en el norte de Francia o en Bélgica donde decidimos parar a un costado y dormitar un rato. Después seguimos camino.
Para mantenernos despiertos, recuerdo que íbamos repasando el repertorio folklórico y de tango y cantábamos (o eso intentábamos). Si mal no recuerdo, entre otros repasamos el repertorio del Chango Rodríguez. No sé si habrá sido porque yo lo tenía presente, o porque era bastante sencillito. No recuerdo que "los durmientes" que llevábamos a bordo nos lo recriminaran. Posiblemente lo habrán soportado como un impuesto que tenían que pagar por apoliyar durante todo el viaje sin tener que conducir.
Después, recuerdo cuando hicimos una compra de fiambre en Amsterdam. Entramos en algo así como una rotisería y empezamos a mirar lo que había y deducir que había algo que se parecía a la mortadela y que estaba a nuestro alcance económico. Y le digo al Gordo: "¿Y ahora, cómo le decimos lo que queremos?" Me miró con esa sonrisa entre campechana y sobradora y me dijo: "Así". Y acercándose al mostrador, le señaló la presunta mortadelaal holandés y le dijo: "Deme de eso".... Y cuando se puso a cortarle, en un momento dado le dijo, "suficiente, ahí nomás", en perfecto castellano. Tuvo suerte y todo le salió como si estuviera en San Telmo. El tipo dejó de cortar, el ticket y a pagar... Cuando salimos me soltó algo así como "¿Viste como hay que hacer para comprar en holandés ?".
Otra de las peripecias fue que se me ocurrió comprar una radio pequeña, sencillísima, pero que estaba muy barata. Para mí era algo importante. Así que entramos y recuerdo que Tito me asesoró y finalmente compré. Esa radio la conservo y la utilizo en casa. Una vez se cortó uno de los cables de alimentación de las pilas y la hice reparar.El que la arregló me miró como si yo hubiera bajado de un OVNI. ¿Esto quiere arreglar? me preguntó incrédulo. "Y sí, le dije, para mí esa radio es muy importante". Hace poco más de una semana, se volvió a cortar uno de esos cables. (¡La segunda mini-avería en casi 30 años!). Ya hablé con el amigo que entiende de eso y me dijo que me la arreglaría. Ya no dirá nada porque sabe que para mí esa radio tiene un origen muy especial y que no me quiero desprender de ella.
Otro episodio que me viene a la memoria, fue cuando se hizo en Madrid un acto muy grande en la dependencia de la Villa. (Ya ni me acuerdo como se llamaba ) Algo muy moderno y muy grande en pleno centro. Ese día estuvo Julio Cortázar y también -recién regresado del exilio- Rafael Alberti. Y el poeta chileno Gonzalo Rojas. Fue un acto memorable. Allí andábamos Tito y yo para arriba y para abajo porque creo que había sido organizado por la CADHU. En ese acto Cortázar leyó un texto notable sobre el desgaste de las palabras por su mal uso: "libertad", democracia.... Lo recuperé de mis papeles hace unos cuantos años y lo envié a gente amiga en Argentina. Se publicó allí como "inédito". Les dije que era probable que otra gente lo tuviera, y que fuera conocido, pero parece que nadie lo conservaba. A partir de allí sé que comenzó nuevamente a recircular.
Lo quise mucho a Tito. Fue uno de las personas a las que más próximo me sentí en el exilio. Y no porque hubiéramos pertenecido a la misma organización o tuviéramos una gran afinidad ideológica como se exigía en aquel entonces. Coincidíamos totalmente en lo que había que hacer desde el exilio, que era decisivo, pero sobre todo la conexión era humana, natural, franca, espontánea. En algunos casos nos complementábamos. Él era más "explosivo" y a vecesme tocaba el papel de atenuador (pero no mucho). Lo que sí, no abandonábamos una reunión hasta no haber logrado que se escucharan, y dentro de lo posible se aceptaran, los argumentos que planteábamos.
Y cuando tocaba reír, nos reíamos. Mucho. Yo no sé si he vuelto a reírme tan abiertamente como en aquellos tiempos.
Te recuerdo que cuando los papis tomaron la decisión del retorno al país, se vinieron con Uds. a Reus, para compartir un día con nosotros, comer juntos, charlar y despedirnos. Tenemos alguna foto "de familia" de aquel encuentro en Reus. Quizás Uds. también. De aquella despedida, recuerdo que cuando llevábamos horas entre comidas, vinos y charlas le dije a Tito que diéramos una vuelta para conocer algo de Reus. Y me dijo algo así como "Carlitos, a mí qué carajo me importa Reus y cómo es Reus?" "Me vuelvo a Buenos Aires, entendés, que mierda me importa Reus", con esa contundencia que le era habitual.
Volví a reencontrarme con los papis en abril del 83, cuando viajé a ver a mis viejos, que ese mismo año fallecieron, cada uno con sus problemas de salud pero con 22 dias de diferencia en el mes de julio.
Bueno, hasta aquí estos apuntes. Lamento no poder tener más precisiones. Si recuerdo alguna otra cosa que considere de interés, te la cuento.
Ya serán Uds. los que dispongan qué hacer con esos retazos de memoria.

Un fuerte abrazo.
Carlos Iaquinandi

martes, 28 de julio de 2009

Los Fernández



Por Ana Paoletti


Buenos Aires es frío.
Buenos Aires es húmedo y lluvioso.
Acá no podemos ser de dónde somos, somos de otro lado.
El papi se llama Ceferino Fernández, menos mal que no me tuve que cambiar el nombre también.
La casa es grande, pero no tanto como la de… cierto, somos de otro lado. Cuando llueve hay goteras por toda la casa. Tenemos pocos muebles, no hay cuadros colgados, no son cosas nuestras. No están mis chiches, quedaron en la otra casa.
Para ir a la escuela tenemos que tomar un colectivo, y luego otro. Y mirar que no nos sigan. Nadie puede saber cómo nos llamamos de verdad: somos los Fernández.
Ana Fernández, Ana Fernández, Ana Fernández…
Elsa y Sara todavía no van al jardín, no aprendieron su nuevo nombre.
El tren que trae al papi pasa frente a nuestra casa. Cuando se va haciendo la hora, la mami me pide que descuelgue el toallón de colores de la ventana.
Es un mensaje secreto escrito en un ventanal.
Hay una ventana grande en el primer piso frente a las vías. Cuando el papi pasa mira si está el toallón, si todavía está colgado no tiene que acercarse, por algo no lo pudimos descolgar.
A veces nos olvidamos, pero el papi ya sabe que eso nos pasa.
El otro día se escucharon disparos en la otra cuadra, la mami salió corriendo a la calle y el Juancarlos la agarró de un brazo y la empujó para adentro.
No era el papi, debe haber sido otro papá, otra mamá.
A los pocos días de llegar a la casa, la mami nos cosía una ropa sentada al lado del hogar mientras escuchaba la radio. Y se puso a llorar. Algo la hizo llorar. Lo mataron, lo mataron, decía.
Mi papá vende herramientas, bueno, dice que vende herramientas. Ayer vino un vecino a pedirle consejos para comprar una pala de jardín. Yo le consigo la mejor, le dijo. El papi no sabe nada de herramientas.

Nos vamos.
A otra casa, a otro lugar.
Cuando llegamos la Sara pregunta: papi ¿acá cómo nos vamos a llamar?

viernes, 3 de julio de 2009

La familia

Por Ana Paoletti


Hubo un tiempo que fue difícil para todos en la Argentina. Cuando el 24 de marzo sonó el toque de queda y comenzó la noche más larga de nuestra historia, la vida de nuestra familia se transformó. De un momento para otro todo se volvió peligroso.
Vivíamos en La Rioja, dejamos la escuela, nuestra vida allá y vinimos a perdernos a Buenos Aires con otros nombres y otro apellido.
Cuando mi viejo era uno de los hombres más buscados en nuestra provincia, cuando la muerte se anunciaba en cada esquina, cuando nos estaban apresando y desapareciendo, la solidaridad apareció en los gestos indispensables.
Mi tío Juan Carlos Rodríguez, comerciante, vecino de Villa Insuperable no dudó en ser el garante de la casa donde vivimos casi un año siendo la familia Fernández, tampoco en pedirle a su socio que no preguntara cuando también ponía el gancho.
Jorge Gutiérrez, otro tío, no vaciló en ofrecer el sótano de su librería para que hiciera de dormitorio cuando a mi viejo se le hacía la noche y no podía llegar a nuestra casa en el oeste de la provincia de Buenos Aires.
La lucha contra la dictadura tiene historias chiquitas como estas, que fueron gestos enormes que nos salvaron la vida, que nos demuestran que no se puede hacer desaparecer la solidaridad.

Rodríguez, Gutiérrez y Fernández. Al final todo quedaba entre gallegos.

* Hoy son 5 años sin el tío Juan Carlos.

viernes, 26 de junio de 2009

Mis


Por Mario Paoletti

Como cada noche
recostado del lado del corazón
espero la llegada de mis queridos muertos
para salir a pasear con ellos por el sueño.
Vendrá Delia con su manita rubia
a rascarme la espalda
y vendrá Papá con su mirada inquisitiva
y el medio toscano apagado en la boca
y vendrá Tito a convencerme
otra vez
de que la revolución es el único quehacer digno
de un hombre honrado.
Haroldo /en cambio / preferirá disfrazarse:
será un vendedor de muñequitos en Sol
o un marinero sueco en el puerto de Buenos Aires.
Isabel me contemplará en silencio /como siempre /
y no se quejará de nada
y César /flaquísimo / llegará caminando lentamente
y me reprochará sin reproches la novia que le robé.

Creo que ellos saben
que mientras yo viva vivirán conmigo.
Después, saltaré al otro lado del mostrador
y me iré con ellos a ilustrar sueños ajenos.

Toledo, 9 de octubre de 2003.

domingo, 3 de mayo de 2009

La visita de Dios




Escribe Olga Santochi.

Mamá siempre estuvo preocupada por educarnos dentro de la fe cristiana y aprovechaba cualquier ocasión para relatarnos historias de santos o cuentos en los que Dios deambulaba por este mundo, poniendo a prueba la bondad y disposición humana para la caridad. Para esto, el señor se presentaba como un niño harapiento o como un viejecito pordiosero, pidiendo ayuda.
Vivíamos en Cañada de Luque, en una modesta casa, la primera que alquilamos al ir a vivir a ese lugar, distante unos cien metros de las vías del ferrocarril, zona está, muy poblada de linyeras o crotos.
La Nona Manzueta estaba enferma y mamá tenía que ir a cuidarla a su casa que quedaba en las afueras del pueblo. En el fogón quedó la olla con el puchero hirviendo. Antes de salir, mamá, le dio las últimas indicaciones al Nene. La casa tenía una galería hacia delante y en la tierra que se extendía desde la casa y el alambre tejido que daba a la calle, mamá marcó con un palo, una raya en el suelo.
Cuando la sombra llegue aquí, dijo, ponés las papas en la olla y cuando llegue aquí (dijo marcando otra raya más cerca de la galería) ponés el zapallo.
El Nene iba a primer grado y yo todavía no iba a la escuela, por lo que ninguno de los dos sabía la hora.
Cuando ya había puesto las papas escuchamos que alguien golpeaba las manos y nos asomamos para ver quien buscaba.
Fue grande nuestra sorpresa cuando vimos detrás del alambre tejido, un viejito de aspecto muy pobre con barba y pelo blanco, que nos pedía una limosna. Miramos al viejito y nos miramos nosotros. No había dudas. Era dios que estaba poniendo a prueba nuestra generosidad.
Corrimos a la cocina y sacamos de la fiambrera de alambre tejido un queso criollo de esos que tienen marcado en la cáscara el dibujo de la trama de la bolsa de arpillera en que estuvieron envueltos. También elegimos el pan casero más grande que había.
Llevando uno el queso y el otro el pan, llegamos hasta el viejito y le entregamos las dos cosas llenos de felicidad, mientras el linyera, (para nosotros Dios), se deshacía en agradecimientos, bendiciones y buenos deseos.
Cuando la sombra llegó a la segunda marca pusimos el zapallo en la olla y nos sentamos en el piso de la galería felices y gozosos a esperar a mamá para contarle que Dios había estado en casa y nosotros nos habíamos portado igual que los niños buenos de sus cuentos.

A modo de introducción


Escribe Olga Santochi.


Hoy, 5 de junio de 1990, comienzo a pasar en limpio esta serie de apuntes que fui recogiendo, referidos a nuestra familia. Datos estos, proporcionados por los mayores de los Santochi: tía Rosita, tío Ernesto, papá, a los que he sumado algunos recuerdos de la infancia.

No tienen estos apuntes ningún valor literario y lo único que me lleva a esta recopilación de datos y anécdotas familiares, es llegar a mis nietos con algunos datos de nuestros antepasados.

En un primer momento esto tuvo la intención de ser solamente un árbol genealógico, pero fueron surgiendo historias y anécdotas interesantes, que pensé que podían resultar de interés para los menores y próximos familiares.

Es mi intención, ir incorporando las anécdotas y relatos en la medida que los valla obteniendo y para que sea más fácil ubicar al personaje del que se hable, se lo podrá localizar en el árbol genealógico de la primera página.

Debo decir también que los Santochi se encuentran en Italia, estando también en la Argentina en diferentes provincias.

He conocido a mucho de estos parientes que nombro, pero a otros los conozco por referencias anecdóticas. Muchos relatos llevan incluidos a los amigos de nuestros parientes y no podía ser de otra manera ya que estaban estrechamente vinculados a nuestros familiares.

También quiero aclarar que esto no pretende ser un relato histórico, sino la simple narración de hechos relacionados con la familia.

viernes, 1 de mayo de 2009

Perfume de carnaval



El calor no da tregua durante el verano, y la humedad hace más insoportable transitar el mes de febrero. El tren que parte de Once, con sus vagones sucios y los asientos raídos, no anima a iniciar la travesía. En Castelar el viaje continúa en colectivo.
Desde que Juan Carlos* había tenido que perderse en el anonimato de Buenos Aires, intentó conservar la costumbre. Vivió unos años en La Rioja y desde entonces no dejó de festejar el carnaval, una manera de retener aquellos recuerdos que a la distancia parecen hermosos, o quizás, la resistencia a que también lo enajenaran, en este exilio forzado, de algo propio.
Otra vez febrero y una nueva invitación para la celebración de la chaya en tierras bonaerenses.
Las empanadas riojanas, de carne cortada a cuchillo y con papa, son parte de la tradición. Ana, su mujer, con anticipación prepara el relleno de las empanadas.
El olor de la grasa, fundiéndose para recibir las empanadas, se mezcla con el de la carne asada que llega desde la parrilla. En el fondo del terreno ya se han dispuestos los tablones sobre los caballetes para armar las mesas.
Un montón de amigos y parientes, van llegando a la casa con un bolso donde llevan una muda de ropa. Juan Carlos los recibe con un ramito de albahaca, y los invita a colocárselo detrás de la oreja.
La música de fondo trae el recuerdo de los carnavales riojanos vividos entre chayas y peñas folclóricas. Eran días de borracheras en continuado, lo que el cuerpo aguantara.
Un grupo de amigos, que pronto perderán la “compostura”, se sientan a degustar la comida acompañada de vino, riojano, por supuesto.
A lo largo de la mesa se van sucediendo distintas conversaciones hasta que el chorro de un sifón que recibe algún distraído anuncia que la guerra ha comenzado.
Cada quien corre a buscar su jarro, balde o recipiente que será su arma poderosa para empezar a jugar. Grandes, chicos, viejos, hombres y mujeres se entregan a este rito medio salvaje. Algunos se refugian dentro de la casa.
El Negro, un prestigioso ginecólogo ya jubilado, con picardía se acerca a Lyli y le tira un balde de agua helada. Ella promete venganza, entonces aparece el ingrediente que complica todo: la harina que pronto estará desparramada sobre todos y el engrudo en las cabezas será imposible de sacar por varios días.
Cada año se agrega alguien al festejo. Cada nuevo integrante de la familia pasó por esta suerte de ceremonia de iniciación. Al principio, los porteños, especialmente, observaban la escena con cierto desconcierto y con el prejuicio de estar observando a la barbarie.
Un día al año, los invitados de Juan Carlos olvidan la solemnidad y juegan al carnaval. El intelectual, la profesora de literatura, el atorrante, el doctor, el arquitecto, hasta los jóvenes que sienten que es un rito impuesto, se suman a la fiesta pagana, y se olvidan de todo.

*Juan Carlos Pelussi Gramaglia, primo hermano del Nene, Olga y Lylí

Los primos




Aquel fue el día de la despedida, un rato antes de iniciar el viaje que nos llevaría hasta Santo Tomé, en Corrientes, y que terminaría varios días después cuando aterrizamos en Barajas.
Trece primos de edades entre 0 y 14 años, a quienes su historia les impidió seguir compartiendo juegos y cumpleaños.
No sé cuán concientes éramos de lo que nos pasaba, pero cuando los grandes decidieron juntarnos para retratar ese momento, sabían que la foto ayudaría a relatar la ausencia.
La foto fue la permanencia en la familia, a través de la foto, estaba el recuerdo pero también la presencia.
De esos tiempos, de las historias familiares, cada uno de nosotros tiene algo para contar. Y son pocas las veces que surge la posibilidad de contarnos esas cosas.
Por eso la idea de este espacio, para que entre todos podamos contar la historia de nuestra familia.
Este lugar es en homenaje a la tía Olga, la relatora oficial, que tenía la virtud de contarnos las cosas como un cuento. Hace ya tiempo ella pensó en escribir esas anécdotas familiares para contárselas a las generaciones que nos suceden. Pensó en escribir las recetas que fueron pasando de madres a hijas, y comenzó a esbozarlo, aunque su pronta partida no le permitió concretarlo.
Los invito a llenar este blog de esas cosas que tenemos para contar.
*En la foto desde la izquierda: Diego Rohde; Pablo Simone; Ana, Juan y Eduardo Paoletti, Enrique Pelussi, Adolfo Paoletti, Pablo Rodhe, tía Graciela. Abajo desde la izquierda: Elsa y Sara Paoletti, Julia y Mariano Simone, y Lucía Rohde tapándose la cara. Hijos de Graciela, Rudy y Tito primos hermanos por parte de madre.