martes, 27 de abril de 2010

Don Santiago


Esa mañana, el papi se levantó más temprano que otros días. Abrió la ventana para que entrara el sol, acomodó la casa, puso el tocadiscos que le prestó Pepe Pérez en el living, sólo quedaba hacer unas compras.
Salió de la casa y fue hasta el almacén mientras pensaba que La Alameda de Osuna sería un lindo barrio para que disfruten los chicos, donde los edificios estaban rodeados de plazas, donde no hacía falta cruzar ninguna calle para ir a hacer las compras.
Llegó hasta el almacén donde Don Santiago despachaba a una señora.

–¿Qué se le sirve?” preguntó, cuando le tocó que lo atendieran.

Entonces el papi pidió unas gaseosas, algún vino, un pedazo de queso, pan y algunas otras “cositas curiosas” como él decía.
–¿Y usté de dónde es?
–Soy argentino, hoy llega mi familia. Somos exiliados políticos– le contestó el viejo, con la certeza de que en esa declaración, estaba uno de sus primeros actos militantes de denuncia de la dictadura militar.

Don Santiago salió de detrás del mostrador y le dio la bienvenida. “Su pueblo –dijo– fue solidario con tantos españoles que partieron a vivir lo que ahora les toca a ustedes. Mi familia encontró en su país un nuevo hogar. Y hoy, invito yo.”

Varios años después, el 9 de diciembre de 1983, cuando ya teníamos todo listo para hacer el camino de regreso a nuestra casa, mi mamá nos mandó a despedirnos de Don Santiago y de Doña Catalina.
No pudo Don Santiago contener las lágrimas mientras nos abrazaba y nos deseaba suerte, mientras, Doña Catalina nos llenaba de caramelos los bolsillos.
(Hoy los pueblos de España y Argentina piden que los crímenes de lesa humanidad no queden impunes)