jueves, 17 de noviembre de 2016

Entresueño



Me había despertado más temprano, cuando Joaco se levantó. Como llovía mucho y se suspendía la excursión de Ramiro decidí dormir un poco más. 

Volvió a sonar el despertador y apreté la opción "posponer". Medio despierta, medio dormida, en medio de esa semi oscuridad por la mañana lluviosa escucho una voz bajita que dice “¿qué pasa Rami? Seguro que fue porque llovía... Bueno, me voy a trabajar” y sentí cómo se cerraba la puerta de casa. 

Al instante lo tenía a Ramiro en mi cama y yo le decía que como llovía no habíamos ido al Labardén. “Si, ya sé, me dijo tu mamá”. Entonces volvió a sonar otra vez el despertador.

Era su voz.

(Publicado en mi muro de facebook, el 17/11/15)

domingo, 21 de agosto de 2016



 El  22 de agosto de 1986, mi viejo escribía las últimas palabras de su libro, que sería la introducción a la lectura de “Como los nazis, como en Vietnam”. 30 años después el texto no pierde vigencia y es un manifiesto que nos posiciona de manera permanente frente a la historia de nuestro pueblo.

 


Una explicación

La historia no es más que la historia de la lucha de clases. Y la historia argentina, la del genocidio contra el pueblo, aún antes de haberse constituido como Nación: aniquilación de la población indígena durante la Colonia, de los negros durante las guerras de la Independencia; de los montoneros del interior en la represión bárbara de la “civilización”. Masacres obreras en la Semana Trágica en 1919, en la Patagonia rebelde, en los bosques y obrajes de La Forestal. Matanzas durante la Década Infame; tras 1955 con la “revolución fusiladora”; en Córdoba, en Rosario, en las puebladas contra otra tiranía; en Trelew; en Ezeiza; en todo el país sometido a la furia asesina de la AAA.

Este trabajo nació en las columnas del Diario de las Madres de Plaza de Mayo, entre diciembre de 1984 y agosto de 1986, pues su base informativa son los artículos publicados durante ese lapso, dedicados a revelar los entresijos de la represión ilegal ejercida por la dictadura oligárquica entre 1976 y fines de 1983. Impulsado por el admirable ejemplo de las Madres, amplié estas notas para lo que debí revisar variada documentación y prolongar las investigaciones, aún con menguados medios y tiempo, sin otra colaboración que el estímulo brindado por los compañeros, que aquí agradezco.

Sin embargo, es justo que explique que este libro –y el modesto aporte que significa, si lo significa– reconoce también otros orígenes: los sombríos días de 1976 y 1977, en el mismo transcurso de las tareas de la Resistencia; el trabajo voluntarista e intransigente del exilio; las memorables jornadas de lucha popular contra la dictadura.

Desde mi punto de vista personal, mi aspiración máxima es que el resultado de esta labor aporte un humilde grano de arena en la justa lucha por los 30.000 detenidos-desaparecidos, y al juicio y castigo de los culpables, cuyos nombres y apellidos –acaso por vez primera– aparecen reunidos en un libro, vinculados a los campos de concentración donde ejercieron sus sevicias. Por cierto la nómina es incompleta. Creo, sin embargo, que constituye una buena base para seguir investigando y denunciando los crímenes cometidos, tarea que debe ser colectiva y responsabilidad ineludible de las fuerzas populares.

No hay problema mayor en la sociedad argentina que la respuesta a la pregunta: “¿Dónde están los desaparecidos?”. Ni cobardía y complicidad más humillante que buscar excusas. O proponer que el olvido tape la memoria y reclamar, en nombre de la “unidad nacional”, la reconciliación entre víctimas y victimarios, como algunos desfachatados se atreven a sostener.

Si el pueblo argentino acepta los desvíos, las chicanas jurídicas, la solidaridad irrestricta de las clases dominantes con los genocidas; si no coloca el tema de los desaparecidos en el centro de su actividad política; si los partidos populares y los sindicatos con direcciones democráticas no incluyen en su programa el castigo a los asesinos, no serán ni las dictaduras, ni el gobierno, ni siquiera la oligarquía las que pongan “punto final”. Desgraciadamente –y malos años aguardarán entonces a nuestra patria– serán la pasividad popular y  la complacencia de los dirigentes las que conviertan la impunidad actual en elemento histórico.

La cuestión del genocidio divide a la sociedad en dos bloques nítidos: por un lado, quienes reclamamos justicia; enfrente: los represores y quienes, concientemente o no, sirven a su prepotencia.

El coraje civil de las Madres de Plaza de Mayo muestra un camino. No es fácil ni cómodo. Es digno. Y la vida no tiene sentido sin dignidad, sin justicia, sin libertad, sin amor. Las Madres ya nos han enseñado que vivir es luchar. Y luchar es soñar.

Alipio Eduardo Paoletti
Buenos Aires, 22 de agosto de 1986
De su libro “Como los nazis, como en Vietnam”

lunes, 1 de agosto de 2016

De solidaridad y exilio

Por Ana Paoletti

Ayer por la tarde bajé, como casi todos los días, al sótano para tomar unos mates con los compañeros de trabajo. Suele ser un alto en la jornada que nos permite reunirnos, charlar, bromear, conspirar. 

Cuando llegué solo estaba Tato en compañía de una persona que no conocía. Tato nos presentó y me retiré para que siguieran conversando. Cuando ya iba en mitad de la escalera escucho que el visitante me llama: "Paoletti, Paoletti".Vuelvo.Entonces me cuenta que lo conoció al papi, en Madrid.
"En realidad sólo hablé con él una vez, pero guardo un lindo recuerdo. Mi mujer estaba embarazada y además teníamos a mi hijo mayor chiquito. Vivíamos en un sótano, una oficina, de prestado, sin un mango cuando mi partido me manda a Cuba a hacer un curso. Mi mujer queda en Madrid, sin un mango. No sé cómo tu viejo supo pero se encargó de llevarle leche y comida para ella y mi pibe. Al regreso de Cuba un día nos cruzamos y mi mujer me lo presentó. Yo le agradecí por lo que había hecho, y él me cagó a pedos, qué cómo me había ido dejándolos así. Tenía razón."
"Es una anécdota chiquita, sólo quería decirte que tu viejo era un buen tipo".
Casi 30 años y el viejo vuelve y vuelve. Y siempre me deja el corazón hinchado de orgullo.