lunes, 1 de agosto de 2016

De solidaridad y exilio

Por Ana Paoletti

Ayer por la tarde bajé, como casi todos los días, al sótano para tomar unos mates con los compañeros de trabajo. Suele ser un alto en la jornada que nos permite reunirnos, charlar, bromear, conspirar. 

Cuando llegué solo estaba Tato en compañía de una persona que no conocía. Tato nos presentó y me retiré para que siguieran conversando. Cuando ya iba en mitad de la escalera escucho que el visitante me llama: "Paoletti, Paoletti".Vuelvo.Entonces me cuenta que lo conoció al papi, en Madrid.
"En realidad sólo hablé con él una vez, pero guardo un lindo recuerdo. Mi mujer estaba embarazada y además teníamos a mi hijo mayor chiquito. Vivíamos en un sótano, una oficina, de prestado, sin un mango cuando mi partido me manda a Cuba a hacer un curso. Mi mujer queda en Madrid, sin un mango. No sé cómo tu viejo supo pero se encargó de llevarle leche y comida para ella y mi pibe. Al regreso de Cuba un día nos cruzamos y mi mujer me lo presentó. Yo le agradecí por lo que había hecho, y él me cagó a pedos, qué cómo me había ido dejándolos así. Tenía razón."
"Es una anécdota chiquita, sólo quería decirte que tu viejo era un buen tipo".
Casi 30 años y el viejo vuelve y vuelve. Y siempre me deja el corazón hinchado de orgullo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario