El 22 de agosto de 1986,
mi viejo escribía las últimas palabras de su libro, que sería la introducción a
la lectura de “Como los nazis, como en Vietnam”. 30 años después el texto no
pierde vigencia y es un manifiesto que nos posiciona de manera permanente
frente a la historia de nuestro pueblo.
Una explicación
La historia no es más que la historia de la lucha de clases. Y
la historia argentina, la del genocidio contra el pueblo, aún antes de haberse
constituido como Nación: aniquilación de la población indígena durante la
Colonia, de los negros durante las guerras de la Independencia; de los
montoneros del interior en la represión bárbara de la “civilización”. Masacres
obreras en la Semana Trágica en 1919, en la Patagonia rebelde, en los bosques y
obrajes de La Forestal. Matanzas durante la Década Infame; tras 1955 con la
“revolución fusiladora”; en Córdoba, en Rosario, en las puebladas contra otra
tiranía; en Trelew; en Ezeiza; en todo el país sometido a la furia asesina de
la AAA.
Este trabajo nació en las columnas del Diario de las Madres de
Plaza de Mayo, entre diciembre de 1984 y agosto de 1986, pues su base
informativa son los artículos publicados durante ese lapso, dedicados a revelar
los entresijos de la represión ilegal ejercida por la dictadura oligárquica
entre 1976 y fines de 1983. Impulsado por el admirable ejemplo de las Madres,
amplié estas notas para lo que debí revisar variada documentación y prolongar
las investigaciones, aún con menguados medios y tiempo, sin otra colaboración
que el estímulo brindado por los compañeros, que aquí agradezco.
Sin embargo, es justo que explique que este libro –y el modesto
aporte que significa, si lo significa– reconoce también otros orígenes: los
sombríos días de 1976 y 1977, en el mismo transcurso de las tareas de la
Resistencia; el trabajo voluntarista e intransigente del exilio; las memorables
jornadas de lucha popular contra la dictadura.
Desde mi punto de vista personal, mi aspiración máxima es que el
resultado de esta labor aporte un humilde grano de arena en la justa lucha por
los 30.000 detenidos-desaparecidos, y al juicio y castigo de los culpables,
cuyos nombres y apellidos –acaso por vez primera– aparecen reunidos en un
libro, vinculados a los campos de concentración donde ejercieron sus sevicias.
Por cierto la nómina es incompleta. Creo, sin embargo, que constituye una buena
base para seguir investigando y denunciando los crímenes cometidos, tarea que
debe ser colectiva y responsabilidad ineludible de las fuerzas populares.
No hay problema mayor en la sociedad argentina que la respuesta
a la pregunta: “¿Dónde están los desaparecidos?”. Ni cobardía y complicidad más
humillante que buscar excusas. O proponer que el olvido tape la memoria y
reclamar, en nombre de la “unidad nacional”, la reconciliación entre víctimas y
victimarios, como algunos desfachatados se atreven a sostener.
Si el pueblo argentino acepta los desvíos, las chicanas
jurídicas, la solidaridad irrestricta de las clases dominantes con los
genocidas; si no coloca el tema de los desaparecidos en el centro de su
actividad política; si los partidos populares y los sindicatos con direcciones
democráticas no incluyen en su programa el castigo a los asesinos, no serán ni
las dictaduras, ni el gobierno, ni siquiera la oligarquía las que pongan “punto
final”. Desgraciadamente –y malos años aguardarán entonces a nuestra patria–
serán la pasividad popular y la complacencia de los dirigentes las que
conviertan la impunidad actual en elemento histórico.
La cuestión del genocidio divide a la sociedad en dos bloques
nítidos: por un lado, quienes reclamamos justicia; enfrente: los represores y
quienes, concientemente o no, sirven a su prepotencia.
El coraje civil de las Madres de Plaza de Mayo muestra un
camino. No es fácil ni cómodo. Es digno. Y la vida no tiene sentido sin
dignidad, sin justicia, sin libertad, sin amor. Las Madres ya nos han enseñado
que vivir es luchar. Y luchar es soñar.
Alipio Eduardo Paoletti
Buenos Aires, 22 de agosto de 1986
De su libro “Como los nazis, como en Vietnam”
Impresionante claridad, Anita!
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