viernes, 22 de marzo de 2024
Tres vestidos iguales
domingo, 27 de diciembre de 2020
Cuando un amigo se va
Mario Paoletti jugando. Foto Pilar Bravo |
Agencia Serpal
Hace ya
unas semanas falleció en Toledo Mario “Cacho” Paoletti, periodista, escritor y
amigo. Para los de mi generación, un amigo no es un vínculo puntual; un amigo
es una relación estable, sólida, que se forja en años. Es compartir, tener
grandes coincidencias. También opiniones distintas, pero siempre respetando las
diferencias. Llegó a España como expatriado, luego de cuatro años en varias
prisiones de la dictadura argentina. Le conocí a través de su hermano “Tito”,
con quien compartí actividades sindicales en Argentina y más tarde con las de
los exiliados argentinos que llegamos a Madrid cuando la dictadura cívico
militar de los 70. Varios años más tarde, Mario describiría a su hermano
como “la persona más importante
que atravesó mi vida”. “Lo tenía todo, talento, capacidad de trabajo y coraje”.
Haciendo historia
Ambos hermanos, años antes, habían fundado en la norteña provincia argentina de La Rioja, el diario “El Independiente”, con una línea editorial comprometida con la verdad y la justicia. Tiempo después, los hermanos – propietarios del diario- consecuentes con sus ideales socialistas, decidieron convertirlo en una cooperativa integrada por sus trabajadores. Para ello cedieron linotipos, impresoras y hasta las máquinas de escribir. Un hecho inédito en los medios periodísticos del país. Su intransigencia ante las presiones del poder de la oligarquía riojana, convirtió al diario en el epicentro de los movimientos sociales. En semanas aumentó su tiraje. A través de sus páginas, el obispo riojano Monseñor Enrique Angelelli, denunció las desigualdades sociales, el mal funcionamiento del sistema de salud y la concentración de la propiedad de la tierra, trabando una estrecha amistad con los Paoletti. Entre amenazas y hostigamientos diversos, el diario y sus trabajadores continuaron su compromiso con la verdad. El país atravesaba un fuerte avance del movimiento obrero con huelgas y grandes movilizaciones. Y también represiones violentas con secuestros y asesinatos de activistas por parte de las llamadas “Tres A”, que en realidad eran fuerzas militares y de seguridad y grupos de ultraderecha. En paralelo se intensificaban las acciones de resistencia popular de varios grupos armados. Esto fue el prólogo para que la oligarquía, el gran empresariado, productores y exportadores agropecuarios golpearan una vez más las puertas de los cuarteles.
El golpe cívico militar.
El 24 de marzo de 1976, esa conjura de civiles y militares, toma el poder por la fuerza, y desata una represión sistemática donde caen presos o asesinados sindicalistas, trabajadores, periodistas, sacerdotes, estudiantes, profesionales. Y como es de suponer, el diario “El Independiente” fue intervenido por los militares. Mario Paoletti fue encarcelado. Su hermano “Tito” logró pasar a la clandestinidad. En Agosto de ese año, Monseñor Angelelli fue asesinado en un operativo del Ejército. Días antes habían matado a dos de sus sacerdotes. La dictadura secuestró y asesinó a miles de personas, y provocó el exilio de otras tantas. Las movilizaciones por la libertad de Mario, incluyendo la de Amnistía Internacional y de escritores amigos consiguieron que la dictadura decidiera en 1980 expatriarlo a España.
Toledo, su patria chica en España lo reconoció como “Hijo adoptivo”
Ya en su exilio, Mario recibió el ofrecimiento de una cátedra en el Centro de Estudios Internacionales Ortega y Gasset en Toledo. Allí se radicó y comenzó una larga etapa de creación literaria. Tiempo después le ofrecieron la dirección de este instituto universitario por el que han pasado miles de estudiantes de América Latina y Estados Unidos en estos últimos treinta años. También allí conoció a Pilar Bravo, poeta y escritora toledana que fue su compañera y con quien vivía en una casa junto al rio Tajo, que consideraba un refugio de felicidad y tranquilidad.
Allí
escribió y publicó una treintena de libros de ensayo, relatos y poemas. Entre
ellos, “A Fuego Lento”, donde describió los pormenores de la vida carcelaria en
las diferentes prisiones de la dictadura. Luego vino “El Aguafiestas”,
una biografía autorizada de quien fue su amigo, el poeta uruguayo Mario
Benedetti. "Antes del diluvio" exhibe el proceso y las
contradicciones de la época pre-dictatorial. Su “Quijote Express” intentó acercar
a los lectores habituales lo que él considera la madre de todos los relatos. Un
trabajo escrupuloso tratando de llevar el texto al lenguaje de nuestra época.
El poemario “2x1 - penúltimos versos”. Sobre el escritor
Roberto Arlt publicó dos trabajos: El primero, editado en Madrid en 1983, “Poemas
con Arlt”, y en el 2000 “Arltianas”. Uno de sus últimos libros, fue “El año del
Cangrejo”, (2017) en el que describe “a dos voces” con su compañera
Pilar las vicisitudes del cáncer que padeció en el 2015: largas internaciones,
cinco operaciones, un mes en coma, y del que pudo recuperarse para vivir los
que él consideró los años más felices y que en sus correos los mencionaba como “una
propina” que le daba la vida. Incursionó en la dramaturgia, con “La
Higuera”, una obra teatral sobre las últimas horas de la vida del “Che” Guevara
antes de ser ejecutado en Bolivia y que fue estrenada en Toledo. Recibió varios
premios por su obra, entre ellos el Nacional Francisco Ayala por su novela “Vasco
busca Vasco”.
La ciudad de Toledo reconoció a Mario Paoletti como hijo adoptivo en el 2019 en un homenaje público realizado en el Ayuntamiento.
En su
réplica, Mario dijo “Toledo es, sin duda, mi lugar en el mundo”,
Integro y coherente.
Mario fue uno de esos amigos a los que se puede llamar hermano, porque siempre están para lo que sea en las buenas y en las malas. Generoso, honesto, inteligente, sensato, renegaba de las desigualdades y le indignaban las injusticias. Era fácil coincidir con su visión del mundo. Por eso, en las diferencias, siempre terminábamos acordando en lo fundamental. Por ejemplo, en que “el fin no justifica los medios”. Y lo explicaba: “eso es un callejón sin salida, una trampa mortal. El fin nunca justifica los medios”. “Cuando un hombre dice que algunos fines justifican algunos medios, está dando el primer paso hacia la convalidación de la tortura”. Fue coherente en tiempos muy difíciles. Que por ejemplo, lo llevaron a decir que “mientras tanto incendiario de aquellos tiempos ha devenido ahora en no menos entusiasta bombero, yo sigo pensando que la existencia de ricos y pobres sigue siendo un escándalo moral al que hay que poner remedio”. Mario pensaba que “el pecado original de las ideologías, era su costado religioso que las hace refractarias de la crítica”. Y además añadía que “muchos de nosotros dimos por válidas como verdades eternas lo que no eran más que hipótesis de trabajo de unos hombres –admirables en muchos sentidos– pero sustancialmente idénticos a nosotros. Nos tocaron tiempos de acción y la acción abomina de la duda”.
Que no sea un adiós, sino un “hasta
luego”.
Mario Paoletti se nos fue hace ya varios días, pero me cuesta hablar en pasado. Se lleva la mayor recompensa para un ser humano: ser reconocido y querido en su país de origen y en su tierra de adopción. Nos deja sus frases y actitudes que seguirán vigentes, como también sus relatos y sus poemas. Su mejor legado.
Me resultó difícil redactar esta nota. Y también me cuesta cerrarla. Por eso citaré las palabras que dijo para despedirlo el periodista toledano Antonio Illán: “En el día de los elogios, prefiero quedarme con el de que Mario Paoletti era buena gente. Desde allá donde ahora habite seguirá mirando escrutadoramente, pero faltará la palabra precisa y la amabilidad de su humanidad inmensa”. Así será.
lunes, 10 de junio de 2019
La hoja de laurel
Por Ana Paoletti
Llené con agua la olla y encendí el fuego mientras picaba la cebolla y la zanahoria. Fue lo primero que puse a cocinar para que, poco a poco, los sabores se fueran soltando en lo que sería el almuerzo de Joaquín.
Mientras eso empezaba a cocinarse me fui a tender la cama. Doblé el camisón y lo puse debajo de la almohada, entonces me di cuenta de que no le había puesto una hoja de laurel al caldo.
Dejé lo que hacía y fui a la cocina porque no quería volver a olvidarme. Cuando levanté la tapa de la olla entre los borbotones de agua nadaba la hojita de laurel.
–Estoy cada día más loca –me dije y aproveché para añadir la calabaza.
La cocina huele a otoño y mi hijo agradece su almuerzo con una sonrisa enorme cuando entra a casa.
–Mmmm, sopa, como la que hacía la abuela Lilí.
Hace apenas tres meses que estamos aquí. Nos costó dejar la casa donde vivimos muchos años. Este departamento es más chico, es de estilo moderno y –si bien estamos cómodos– aún extrañamos los techos altos y el piso de pinotea de nuestro viejo hogar.
Siempre me costaron los cambios. Demoré unos años en decidir que teníamos que mudarnos. Cuando me separé me pareció que era mucho para los chicos que, además de irse su papá, nos fuéramos nosotros. La casa era grande pero estábamos acostumbrados a ella. En su cocina mi madre había ido moldeando el paladar de mis hijos, se ponía mi delantal para cocinar algo rico mientras yo llegaba del trabajo. Dejaba que Ramiro sacara todos los recipientes plásticos para jugar mientras ella convertía en nuestra cena lo poco que encontraba en la heladera.
En mi cocina nueva los aromas me traen su recuerdo. Le eché la culpa a la cebolla por las lágrimas en los ojos y mientras le ponía un poco de comino a la sopa recordé aquella vez que protestó porque en casa tenía pocos condimentos.
–No tengo condiciones laborales en este trabajo, no puede ser que no haya nada para darle sabor a la comida.
Cuando dejé la otra casa pensé en todo lo que dejaba en ella: la vida en pareja con Claudio, con sus hijos y los nuestros; el fiestódromo, como le llamábamos con mis amigos a mi terraza porque siempre estaba abierta a reuniones, bailes y fiestas de cumpleaños, y los recuerdos de mamá.
Esta mañana me desperté más temprano, cuando Joaco se levantó para ir al colegio. Como llovía mucho y se suspendía la excursión de Ramiro decidí dormir un poco más. Volvió a sonar el despertador y apreté la opción “posponer”. Medio despierta, medio dormida, en medio de esa semi oscuridad por la mañana lluviosa escuché que alguien hablaba en el living
– No llores, Rami. Seguro que fue porque llovía. Bueno, me voy a trabajar – y oí cuando se cerraba la puerta de casa.
Al instante lo tenía a Ramiro en mi cama.
– No vamos porque llueve – le dije.
– Si, ya sé, me dijo tu mamá.
Era su voz .
lunes, 10 de diciembre de 2018
Historia mínima
El 10 de diciembre de 1983, cuando todavía Alfonsín no había recibido su banda presidencial, con mi madre y mis hermanos llegábamos a Ezeiza poniéndole fin a más de seis años de exilio.
Tenía entonces 15 años y plena conciencia de que estaba viviendo un momento importante de mi vida. Habíamos bajado del avión con un nudo en la garganta, de la emoción, de los nervios.
Volvíamos.
Veníamos cargados de mucho, pero mucho, equipaje, mi mamá trajo todo lo que pudo, estaba cansada de desarmar y desarmar su casa. Conscientes de que éramos muchos y estábamos repletos de paquetes, esperamos a ser los últimos para salir.
Cuando llegamos al control, el agente que estaba allí puso cara de pocos amigos cuando nos vio tan cargados. Nosotros, los hijos, conteníamos la respiración, ¿ese que estaba ahí era todavía la dictadura argentina? No podíamos evitar sentir temor.
Le ordenó a mi madre abrir uno de los paquetes.
–¿Y acá qué hay? –preguntó.
–Un cuadro –dijo mi madre– de un rostro deformado por la tortura.
No dijo más que “pueden pasar”.
Más allá, a lo lejos una familia llena de tíos, primos, abuelos y amigos habían calmado la espera haciendo papel picado con el diario de la mañana. Cuando empezamos a acercarnos, comenzaron a cantar:“Somos la patota de Lylí y sus seis hijos
larguen todo y vengan volando
que vienen de España y se van a quedar”.
El “se van a quedar” sonaba imperativo.
Y así fue.
(Este texto lo publicó Marta Dillon como intro de una nota suya en el suple Las12)
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-4557-2008-12-12.html
*La foto es de 1977 apenas un par de días antes de llegar a Madrid donde viviríamos seis años y medio.
viernes, 30 de noviembre de 2018
Cómo ahogar un periódico cooperativo
domingo, 19 de noviembre de 2017
Desexilio
jueves, 17 de noviembre de 2016
Entresueño
Me había despertado más temprano, cuando Joaco se levantó. Como llovía mucho y se suspendía la excursión de Ramiro decidí dormir un poco más.
Volvió a sonar el despertador y apreté la opción "posponer". Medio despierta, medio dormida, en medio de esa semi oscuridad por la mañana lluviosa escucho una voz bajita que dice “¿qué pasa Rami? Seguro que fue porque llovía... Bueno, me voy a trabajar” y sentí cómo se cerraba la puerta de casa.
Al instante lo tenía a Ramiro en mi cama y yo le decía que como llovía no habíamos ido al Labardén. “Si, ya sé, me dijo tu mamá”. Entonces volvió a sonar otra vez el despertador.
Era su voz.
(Publicado en mi muro de facebook, el 17/11/15)