viernes, 1 de agosto de 2014

Delia


Delia y yo nacimos en 1968 en La Rioja, y compartíamos apellidos y escuela. A mi abuelo paterno le gustaba llamarnos las "mellicitas Paoletti" y mi nona contribuía a eso cosiendo para nosotras vestidos del mismo modelo y del mismo estampado.
Ella era más rubia, más simpática, y más pícara, una condición muy interesante en una prima ya que se animaba, y me animaba, a abrir todas las puertas para ir a jugar.
Como nacimos en la misma familia, en el mismo año y en el mismo país, la misma noche cambió nuestras vidas. A la mañana, cuando Delia despertó, a su papá se lo habían llevado preso. La larga noche no fue igual para las mellicitas, a mí me tocó un sueño con sobresaltos, a ella una pesadilla.
Delia en La Rioja, yo en Madrid, transcurrieron esos años esperando el reencuentro. Sucedió en aquel verano de 1984, con la ayuda de la tía Pirula y del tío Jorge que nos invitaron a las dos primas a pasar unos días en Necochea.
Ya éramos dos adolescentes, yo recién llegada, ella me hizo escuchar las primeras canciones del rock nacional. Con 15 años ella ya fumaba y yo era una tonta (aun lo soy) que no sabía tragar el humo. Pero a Delia no le gustaba fumar sola así que cuando venía de visita yo quemaba cigarrillos con ella.
Ese verano se enamoró de un artesano de la feria de Necochea, de regreso a Buenos Aires y antes de que volviera a La Rioja, no sé que cosa inventamos a mi abuela para que nos dejara ir a una feria que no quedaba cerca en la que el artesano tenía su puesto.
Después ella volvió a La Rioja y yo me quedé en Buenos Aires. Nos veíamos en las vacaciones.
Una noche de invierno, otra noche más, volvía de bailar con su novio y un accidente los mató a los dos.
Desde entonces, los eternos 19 años de Delia, sus ojos azules, su sonrisa chinita habitan mi corazón y mi mente. Y aunque sienta que si aquella noche de marzo nunca hubiera llegado, ella estaría con nosotros, la hago reír, crecer y envejecer conmigo.
Eso casi siempre, a veces, como hoy, las lágrimas me acompañan.